Esta provincia del norte argentino, tiene muchísimas opciones para disfrutar. Nosotros recorrimos algunas, pero si tenés tiempo y querés conocer Jujuy, investigá un poco y van a encontrar varias cosas más para hacer. Acá te contamos nuestro recorrido.
Nuestra primera parada en la provincia fue en Purmamarca. Teníamos alojamiento a partir de la segunda noche, así que había que buscar dónde quedarnos en la primera. No hay muchas opciones de alojamiento en el pueblo, por lo que siempre es recomendable llegar teniendo algo reservado. Nos avisaron que un hostel que está sobre la ruta todavía tenía lugar. Así que allá fuimos con nuestras mochilas caminando. Llegamos y parecía que no había nadie que atendiera, así que empezábamos a preocuparnos cuando apareció alguien y nos dijo que le quedaban camas libres en una de las habitaciones. Gran alivio, gran.
Dejamos las mochilas y volvimos al pueblo. El entorno colorido de los cerros está muy bien acompañado por los colores del pueblo. En la plaza siempre hay una gran feria en la que decenas de vendedores ofrecen pantalones, pullovers, vasijas de adobe, artesanías y distintas clases de comidas. Y siempre hay grupos de viajeros tocando la guitarra y compartiendo sus mates.
El primer día de Purmamarca nos dedicamos a pasear. Recorrimos a pie sus cerros y nos colgamos en los miradores.
Bajamos del mirador y volvimos a la plaza. Recorrimos las callecitas del pueblo y después de perdernos entre las esquinas, terminamos una vez más en los puestos de la feria. Compramos una tortilla a la parrilla rellena de jamón y queso y esa fue nuestra merienda. Lo que no sabíamos era que eran adictivas y que se transformarían en nuestras meriendas durante toda nuestra estadía en la zona.
Al caer la noche regresamos a nuestro hostel. Bañados y cambiados, descansamos un rato mirando la luna y después volvimos al pueblo. Caminamos parando en cada puerta de cada bar, escuchando los cantores que había adentro de cada una, hasta que nos decidimos por una de las peñas. Los cantantes eran un dúo que andaba viajando y se bancaba la aventura con su arte. Al igual que en muchos de los lugares que fuimos en el norte, acá también se acostumbra a dejar en la mesa el sobre para que los comensales dejen su colaboración para el artista.
Al día siguiente, debíamos mudar nuestras cosas al hostel en donde íbamos a parar el resto de nuestra estadía. Mientras íbamos caminando para dejar las mochilas, nos abordaron los vendedores de excursiones. Le explicamos que no teníamos plata y que teníamos que sacar para poder pagarles. Nos dijeron que no había problema, que a la vuelta le pagábamos. Ok, fuimos, dejamos las mochilas en nuestro nuevo hostel y nos subimos a la camioneta que nos llevaría a conocer las salinas grandes.
El viaje es espectacular. Se llega a los 4170 MSNM y tiene decenas de curvas en un paisaje árido de una belleza única.
En el salar se conoce un bar hecho con bloques de sal, algunas esculturas y también existen artesanos vendiendo pequeños trabajos hechos con el material que domina todo.
Caminar sobre la sal es toda una experiencia. La sensación es similar a caminar sobre vidrio, pero con poco filo. Es una sal muy gruesa, que se te incrusta en la planta de los pies. Por eso es recomendable llevar algún tipo de calzado que se pueda mojar.
Por momentos la vista se confunde, y parece que estamos mirando un mar donde se reflejan montañas con picos nevados. Pero esto sucede porque sobre la sal hay una pequeña capa de agua acumulada por la poca absorción que tiene la tierra debido a la sal, y actúa como un espejo que refleja el maravilloso paisaje que rodea el salar.
Después de caminar media hora más o menos, emprendimos el regreso en la camioneta. Y ahí empieza uno de los momentos más… interesantes del viaje. Al llegar a Purmamarca le recordamos al guía que teníamos que ir a sacar plata al cajero, nos dice que no hay problemas. Pero si había un problema, el cajero estaba más seco que nosotros. Preguntamos si había otro, pero solo había un cajero en el pueblo. Y era sábado, por lo que hasta el lunes nadie podía sacar plata. En esos momentos pagar la excursión era lo de menos, debíamos conseguir plata para pagar el hostel… o dormir en la calle. La opción que quedaba era ir hasta Tilcara que es más grande y tiene varios bancos y rogar que ahí alguno de los cajeros tuviera dinero. Pero nosotros no teníamos ni para el boleto hasta Tilcara porque los últimos pesos que teníamos en los bolsillos se los habíamos dado como seña al de la excursión. Así que con muchísima vergüenza le explicamos la situación al mozo que atendía en el restaurante/hostel donde estábamos parando. Al chico no le hizo mucha gracia y decía que el dueño no nos iba a dejar quedarnos. Por suerte, nos ofreció prestarnos plata para que yo pudiera viajar a Tilcara mientras Lu quedaba de garantía. Así que le agradecí, y fui a esperar el siguiente colectivo para ir al pueblo que queda a 26 kilómetros. Hice el viaje de ida con muchos nervios, pensando qué hacíamos si no conseguía plata. Pero por suerte en Tilcara había plata, así que el viaje de vuelta fui totalmente relajado. Llegué a Purmamarca, le devolvimos la plata al mozo y pude liberar la garantía, jaja. Y de ahí buscamos a los de la excursión y saldamos nuestra deuda.
De nuevo en el hostel, compramos unas empanadas de quinoa y otras de charqui de llama. Esas empanadas de charqui son las mejores empanadas que hemos comido. Charqui es una antigua forma de conservar la carne. Se la deshidrata con sal y se la deja expuesta al sol para que termine de secarse. Para el que le interese leer un poquito más: https://es.wikipedia.org/wiki/Charqui y acá va una receta. Recomendamos a cualquiera que vaya a Purmamarca que las busque. Es la mejor recomendación que vamos a dar en todo el blog, así de grossas son. El hostel se llama El Rincón de Claudia Vilte.
Descansamos un poco y salimos a hacer otra recorrida por los cerros. Esta vez caminamos por el Paseo de los Colorados. Una caminata de 3kms que permite disfrutar de la vista de pequeños cerros de adobe, donde se ven bolas de barro que dan la sensación de que el cerro se está derritiendo.
Y terminamos en otro mirador, disfrutando del Cerro de los 7 colores desde otra perspectiva.
Como conclusión, lo mejor que hay en Purmamarca, desde nuestro punto de vista, es disfrutar de majestuosos paisajes y se puede comer las mejores empanadas de charqui, entre otras comidas que alegran el paladar.
Fuimos a pasar el día siguiente a Tilcara, que es más grande que Purmamarca, pero tiene menos belleza paisajística. Fuimos hasta el centro de información al turista, y ahí encontramos al guía Cachamay. Con él conocimos las cuevas de Waira. Hacer esta excursión con Cachamay se hizo mucho mas mágico y divertido que con cualquier otro guía. Se notaba pasión en lo que hacía y aprendimos un montón de las cuevas y de Jujuy. Aprendimos mucho de la historia y de la geografía que nos rodeaba. Durante el camino fuimos viendo fósiles de caracoles y plantas marinas, ya que en esta zona hace millones de años, había un océano. Visitamos dos cuevas que para llegar tenes que caminar por un sendero demasiado estrecho para mi gusto, sobre todo porque de un lado estaba la montaña y del otro, un pequeño precipicio. La primera cueva no tiene salida. Antes de ingresar, Cachamay entró a prender un montón de velas para iluminarnos. Las velas ya estaban dentro de la cueva y cada guía las prende cuando llega y van dejando mas velas para el próximo. la puerta de ingreso, eran dos piedras gigantes que asemejaban un triangulo invertido, es decir que no existía piso y se avanzaba apoyando en una pared las manos y los pies y en la otra la espalda haciendo equilibrio para no caernos. Haciendo esto que la experiencia no sea apta para claustrofóbicos extremos. De hecho, cuando ingresamos Lu comenzó a tener palpitaciones y tuvo que salir de la cueva para relajarse e intentar entrar de vuelta.
Dentro de la cueva fue toda una aventura. Parecía una película de terror. Todo lleno de velas, apenas nos veíamos las caras. Cachamay nos hizo jugar un poco con las velas y el modo nocturno de la cámara. Supongo que son cosas que vas aprendiendo en tantos años de excursiones.
Para salir de la cueva tuvimos que volver por donde habíamos entrado, es decir caminando por las paredes. Y ahí venía la parte más peligrosa, había que caminar hasta la segunda cueva, y si el camino para la primera parecía estrecho, este era peor. Pero valía la pena. La vista desde la segunda cueva es magnífica, para los dos lados, ya que esta sí tiene salida. No es tan angosta como la primera, pero hay una parte en la que se avanza agachándose bastante, diría que casi cuerpo a tierra.
Al salir de la cueva hay una buena pendiente, que el que se anima puede bajar patinando o haciendo culo patín. Después de eso hay que emprender la vuelta a Tilcara. Al loco de nuestro guía se le ocurrió que estaría bueno cortar camino atravesando un río, y por atravesar no me refiero a cruzarlo por encima con un puente, si no caminando por su playo pero correntoso lecho. Y como si esto fuera poco, nos hacía parar para poder tomarnos foto.
Eso le agregó más adrenalina al viaje. Cuando llegamos al pueblo fuimos los 5 a almorzar a un comedor y después nos despedimos de la otra pareja y de Cachamay.
Después de descansar un rato, fuimos en busca de otra aventura. Queríamos conocer el Pucará de Juella. Un Pucará menos conocido y turístico que el de Tilcara y que Cachamay nos había recomendado ir a ver porque no está reconstruido si no que está como quedó.
Para ir desde Tilcara a Juella nos tomamos un taxi. Nos dejó en la escuela del pueblo y desde ahí emprendimos la caminata. Atravesamos casas en las que colgaba la carne que se estaba secando para convertirse en charqui. Algo más que vimos en nuestro camino, fueron decenas de casas con carteles rechazando la megaminería. Empresas extranjeras buscan extraer uranio en la quebrada.
Llegamos a la orilla del río y cuando estábamos adivinando para dónde ir empezamos a ver las primeras nubes negras sobre el cielo. Con cautela nos acercamos a un lugareño que andaba también por el lecho seco del río y le preguntamos por dónde se subía y si se podía ir por otro a la ruta si llegaba a llover, ya que si comenzaba la tormenta, sería imposible cruzarlo nuevamente para regresar a Juella. El hombre nos explicó que no, que la única forma era cruzando el río. Así que decidimos no arriesgarnos y pegamos la vuelta. Con los pies cansadísimos por la excursión a las cuevas, la caminata desde Juella a Tilcara nos parecía una tortura. Solo hasta la ruta teníamos más de 4 kilómetros. Así que mientras volvíamos caminando intentábamos hacer dedo, pero no es lo que se dice un camino concurrido.
En toda la travesía solo nos cruzó una ambulancia que como nos vio demasiado sanos no quiso llevarnos y un auto que por suerte sí paró y, como iba hasta Tilcara, nos llevaron con ellos.
De nuevo en Tilcara, fuimos hasta la plaza a descansar los pies. Nos tiramos en el piso con las piernas arriba de un banco. Después de un rato y viendo que todavía quedaban varias horas de sol, decidimos hacer el esfuerzo a pesar del cansancio, y fuimos hasta el Pucará de Tilcara. Los Tilcara eran un pueblo aborigen que vivía en la región y los Pucará eran construcciones que hacían en los cerros altos para dificultar el acceso y favorecer el control.
El Pucará de Tilcara fue reconstruido en varias etapas, lo que permite ver cómo eran estas construcciones originalmente. Después de recorrer todas las ruinas, nos quedamos un largo rato mirando el paisaje que nos rodeaba y aprovechando para descansar mirando esa majestuosidad.
Cuando ya estábamos relajados, decidimos emprender el regreso con la energía que nos quedaba. Otra vez fuimos hasta la plaza, ya estaba anocheciendo así que decidimos quedarnos a comer el Tilcara y volver después a Purmamarca.
Como si no hubiéramos caminado suficiente durante el día, dimos varias vueltas hasta que decidimos dónde cenar. Entramos a un bar, que como casi todo comercio de la región, estaba en manos de gente que no es de la zona y que harta de su propia ciudad se refugian en la paz de la quebrada o del norte. El bar tenía algo contra lo que no podíamos resistirnos, un juego de Sapo y encima también andaba dando vuelta un cachorrito. Así que mientras esperábamos los platos de humita, estuvimos jugando y acariciando el perro.
Hasta acá hemos usado el término “mágico” para describir algunas de las vistas que ofrece el paisaje, pero en el bar pasó algo que sí parecía mágico, llegó a cantar una chica australiana que es lo más parecido a un hada que hemos visto. Era colorada, bien blanca, y chiquita y andaba descalza. Estuvo todo el tiempo sonriente y tenía una risa muy finita, que al ser tan dulce, terminaba siendo super contagiosa, cantaba con una voz suave y muy aguda y llevaba atado al tobillo una especie de cascabeles que sonaban aumentando la sensación de ver un hada. Estaba recorriendo Sudamérica y solventaba sus gastos cantando. Creo que su destino final era el País de Nunca Jamás.
Tarde nos tomamos un colectivo hasta Purmamarca. El día siguiente también sería largo.
Salimos a primera hora para Humahuaca, ahí cambiamos de colectivo y salimos para Iruya. Son unos 75km, pero yo había ido un par de años antes y ese viaje me había demorado 6hs, por varios problemas en los colectivos y en el clima. Así que con ese miedo partimos. Pero por suerte no pasó nada de eso esta vez. De todas formas, por lo complicado que es el camino, se demora más de 2 horas en llegar. La vista que acompaña todo el trayecto es un atractivo en sí. Se ven pequeños caseríos en medio de cerros y algunas pequeñas plantaciones. El paisaje va variando mostrándonos una hermosa gama de colores.
Hay que aclarar que aunque lo pusimos en el post referido a Jujuy, Iruya en realidad pertenece a Salta, pero la única forma de acceder con un medio de transporte moderno es desde Jujuy. Para poder is desde Salta, se debe ir a caballo. Este no es el único pueblo que está perdido en la montaña y que no tiene un acceso fácil. De hecho, una de las pocas excursiones que se puede hacer desde Iruya, es recorrer distintos poblados de montaña a caballo. La excursión lleva todo el día, nosotros no la hicimos.
Cuando se llega al pueblo de Iruya, lo primero que llama la atención es lo empinado que es todo. Las casas se pierden entre los cerros. Y en el pie de todo, una cancha de fútbol. Una cancha que no tiene ni un pastito y que es todo de piedra, pero que igual los niños disfrutan como si fuera el mejor de los estadios.
Lo segundo que se percibe en Iruya es la tranquilidad con la que se vive. La idiosincrasia empujada por la geografía hace que todo se haga lento, con pausa y con tranquilidad.
Solo hay un 3 o 4 de colectivos por día que llegan y salen del pueblo. Esto limita las posibilidades de ir y venir y si uno deja pasar un colectivo, tal vez deba quedarse hasta el día siguiente. Por eso decidimos quedarnos solo 1 noche. Si uno viaja con tiempo, es recomendable hacer la excursión en caballo o trekking hasta San Isidro, un poblado de 400 habitantes, ubicado a 2900 MSNM. Caminando son unas 3 horas. Se accede yendo por el lecho del río Iruya por unos 8 kilómetros. Acá les dejo otra opción de trekking: Iruya – San Isidro – San Juan.
Como estuvimos una sola noche no hicimos ninguna de esas excursiones. Nos dedicamos a relajarnos y disfrutar de la paz que nos rodeaba. Caminamos por los barrios que están en las 2 orillas del río, nos perdimos entre las callecitas empinadas y angosta. Nos colgamos en su mirador, observábamos los personajes y turistas que recorrían el pueblo a la par de los habitantes. El colorido de las montañas siempre atrae la mirada y el silencio del ambiente invita a permanecer cayado agudizando el sentido de la vista.
Por la noche, a pesar de estar en verano, la temperatura bajó bastante, así que decidimos cocinar algo rico en calorías. Estuvimos recorriendo las calles, visitando los negocios locales y armamos un espectacular guiso de arroz con carne. Más tarde, nos dedicamos a apreciar la vista de la montaña desde la ventana del departamentito que alquilamos.
Al día siguiente nos levantamos temprano y paseamos una vez más por el pueblo, hasta encontrar un comedor que ofrecía desayuno. Todo se hace con lentitud y requiere paciencia. Después de desayunar, fuimos a recoger nuestro equipaje y nos dispusimos a empezar la vuelta, se terminaba un maravilloso viaje por el Norte Argentino. Teníamos un largo recorrido: Iruya – Tilcara – Tucumán – Córdoba.