UNA NOCHE DE ALL INCLUSIVE PARA MOCHILEROS: una crónica de Vietnam

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Que los cumplas feliz

Después de viajar toda la noche en un bus donde la bocina se transformó en música de fondo y los asientos eran un simulacro de ataúd, nos bajamos en el medio de la ruta a 10 kilómetros de Hoi An, nuestro destino.

Nos pusimos a caminar para hacer dedo, hasta que encontramos un cumpleaños en el garage de una casa. Lu necesitaba ir al baño, así que nos acercamos tímidos para preguntar si podía pasar. Mientras ella iba, con señas me invitaron a sentarme con ellos, era inútil negarme con tanta insistencia y, además, yo también tenía ganas de quedarme. Cuando Lu volvió del baño me encontró sentado, con cerveza y comida servida frente a mí. Y nos tuvimos que quedar. Todavía no lo sabíamos, pero en ese instante el destino ya estaba escribiendo esta crónica de Vietnam.

Nos convidaron pescado, mini spring rolls, pulpo, pollo, y mucha cerveza. Era una mesa larga, de madera. Abajo había un cementerio de latas vacías. Arriba de la mesa no había otro tipo de bebidas. Alrededor, unas 20 personas hablaban a los gritos y se reían.

Crónica de Vietnam Mochileros
Comida, mucha comida. Cerveza, muchísima cerveza

Nosotros quedamos sentados al lado de uno de esos personajes que no falta en ninguna fiesta: el gordito simpático, jodón y pesado. Nos hablaba en vietnamita y al ver nuestra cara de desconcierto se reía fuerte, haciendo que sus cachetes temblaran, después me palmeaba la espalda y me invitaba a brindar. Luego molestaba al que estaba sentado del otro lado, se paraba para ir a joder a alguien más, volvía riéndose, me volvía a palmear y brindaba con cualquiera y tomaba otro vaso de cerveza.

Karaokes y rituales

Después vino lo infaltable en cualquier fiesta del Sudeste Asiático: el karaoke. Casi todos cantaron algún tema. Cuando llegó el turno de la abuela de la casa, comenzó a cantar canciones tristes, claro que no entendíamos las letras, pero el ritmo y el tono de su voz nos indicaban que había algo de nostalgia en esas canciones.

No pude resistir la tentación de relacionar las vibraciones tristes de esa garganta con la historia reciente de Vietnam, pero la verdad es que las canciones pueden haberse tratado de cualquier cosa, tal vez solo eran canciones de amores perdidos; lo que me demuestra cuán fácil ponemos etiquetas y encasillamos las culturas, usando solo lo poco que conocemos, o lo mucho que ignoramos.

La cervezas seguían viniendo, pero les poníamos un freno, no queríamos terminar inconscientes en un grupo de desconocidos. Ahí vimos por primera vez el ritual alcohólico de Vietnam: antes de tomar tienen que brindar con alguien sí o sí, entonces cuando ellos quieren tomar te cargan el vaso y levantan el suyo esperando que brindes con ellos. Y pueden estar esperando hasta que vos te des cuenta. Cuando yo ya había tomado suficiente y empecé a rechazar el ritual, los muchachos se ponían incistentes y al final se resignaban, entonces con su vaso golpeaban el que yo había dejado en la mesa, se daban por brindados y tomaban tranquilos.

Karaoke en Vietnam
El karaoke es casi una tradición en el Sudeste, en todas las fiestas se escucha a la gente cantar

Demostraciones

Una chica, más o menos de nuestra edad, estaba en el top 5 de los que parecían haber tomado más. Era la única que hablaba un inglés más o menos fluido. Se encariñó mucho con Lu, la abrazaba y le dedicaba todos los temas que cantaba.

Estaba con el marido, con quien no se dedicaron ni una mirada. Después de cantar y tomar mucho, la mujer nos invitó para que nos quedáramos en su casa. Con Lu dudamos un segundo, pero no nos pareció tan mala idea cambiar de plan, así que aceptamos.

Fuimos en 2 motos: en una iban nuestra anfitriona, su hija mayor, Lu y su ukelele; en la otra íbamos un amigo, las dos mochilas grandes, la mochila chica y yo. El amontonamiento motorizado que todo esto representaba me causaba gracia. Mientras el viento despeinaba mi flequillo, me sonreía pensando qué locura era estar viajando por Vietnam, bebiendo con extraños, yendo en una moto a una casa de una persona que dos horas antes no conocíamos y de la cuál no tenía ni idea cómo vivía.

Mi espíritu aventurero estaba feliz, era una de esas historias que les pasa a otros viajeros y uno dice “Ojalá algún día me pase algo así”, y ahí estábamos, con todas nuestras cosas a cuestas en dos motos a punto de inmiscuirnos en la cotidianidad de una familia vietnamita.

La casa era como todas las casas en Vietnam: son muy angostas, tienen dos pisos y abajo hay un ventanal grande que permite que los vecinos puedan ver el comedor y toda la vida que cruce por allí.

Nos dieron una habitación que obviamente estaba en uso, alguien dormía allí. Para nosotros todo era extraño y con aroma a aventura, pero olíamos que aquella invitación tenía algo oculto, había algún trasfondo que no conocíamos. No olíamos a peligro, sino a que estábamos invitados a presenciar algo que no debíamos ver, pero que gracias al alcohol nos habían abierto puertas clausuradas a extraños.

Después de dormir un rato fuimos a cenar con nuestra y dos de sus hijas, la del medio se quedó con el padre, y ahí empezamos a ver que algo estaba roto en esa casa. Cenamos una sopa típica y volvimos a la casa, pero después de unos minutos volvimos a salir.

Caminábamos por los pasillos del barrio y yo aprovechaba para espiar la vida vietnamita que se revelaba por las ventanas iluminadas y en la gente que andaba por las callecitas laberínticas. Mientras íbamos, la nena más chica se me colgaba del cuello y me decía Messi, y a veces me llamaban Mico.

Fuimos a otro restaurante donde la mujer hizo una demostración de todo lo que podía comprar. Pidió ensaladas con atún, caracoles, pescado, gaseosas, cervezas. Nunca le importó cuántas veces le dijimos que no queríamos nada más y que estábamos llenos, seguía pidiendo. Y pedía de una cosa por vez, como si necesitara ese ritual de:

— Les voy a comprar esto.

— No, gracias. Ya estamos llenos.

—No me importa, se los compro igual, para que vean que puedo —claro que esa última parte no la decía, nosotros la sentíamos.

Llegó un tipo que ella presentó como su mejor amigo. Era de los que cree que toda frase tiene que ser graciosa y se la pasó intentando parecer chistoso, así que a los 4 minutos ya nos caía mal.

despidió a su amigo y volvimos a la casa. Allí estaban todos los hombres que habíamos conocido en el cumpleaños. Estaban mirando el partido entre Vietnam y Malasia. En realidad, nadie miraba. El partido era una excusa para poder seguir tomando cerveza. Mientras, las mujeres cuidaban a los niños que corrían y jugaban por todas partes, no podía contar cuantos eran porque siempre aparecía algún chico nuevo a los gritos.

Yo pensaba de qué vivirán todos, era un martes y se habían pasado todo el día escabeando birra. Cansados después de un día muy largo que había empezado el día anterior cuando subimos al bus, y un poco aturdidos, nos fuimos a dormir.

La despedida

Al otro día cuando nos levantamos, bajamos las escaleras con nuestras mochilas, y vimos que el marido había dormido en un sillón. estaba en la cocina, estaba terminando de preparar a las nenas para mandarlas a la escuela, se la veía nerviosa, y parecía apurada porque nos fuéramos, como si ella fuera otra persona.

Cuando nos acercamos para despedirnos me dió un abrazo frío y rápido, como obligado, y a Lu le extendió la mano, se la sacudió un segundo y nos deseo buena suerte. Ese adios nos hizo irnos contrariados, con una sensación rara. ¿Tanta hospitalidad habrá sido hija del alcohol? ¿Habrá tenido alguna necesidad que justificara que dos desconocidos pasaran la noche en su casa? ¿Habrá habido alguna pelea en la madrugada que la hizo cambiar su actitud?

Así terminaba esta crónica de Vietnam, con un sabor difícil de clasificar.

Cuando uno conoce gente en un viaje, sus vidas suelen pasar fugaces frente a la nuestra, apenas vemos el nudo de la historia y no podemos conocer ni el inicio ni el desenlace, y como en algunas películas, la trama parece incompleta y nos genera más dudas que lo que responde. Y con esas incertidumbre retomamos nuestro plan, buscamos de nuevo la ruta para poder llegar a Hoi An, a seguir con nuestra propia historia.

Desde hace muchos años escribo libros, si querés saber de qué se trata cada uno, entrá a esta sección, lee el resumen o bajate las primera páginas de cada uno. Por cada libro que comprás nosotros podemos viajar un poco más, así que gracias.

Si querés comprar un pasaje para viajar desde Hanoi a Hoi An, consultá la página de Bookaway.

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2 comentarios

Yisiba -

Que maravilloso viaje…
Voy a leer más sobre tus libros…
Saludes a lu

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nicobonder -

Muchas gracias, me alegro que disfrutes los relatos y espero que te gusten los libros.
Saludos!

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