En el post que les conté una de las mejores experiencias de Couchsurfing, les dije que se complementaba con todo lo que vivimos en el templo con los monjes. Acá tienen la otra mitad de la historia.
LLEGAMOS AL TEMPLO
Llegamos al templo viajando a dedo desde Chiang Rai, y no había rastros de Dan, nuestro anfitrión, ni de alguien que hablara inglés. ¿Dónde está Dan? Y los monjes se encogían de hombros y sonreían.
Un monje nos guío a nuestras habitaciones respectivas. Sabíamos que teníamos que dormir separados, era una de las reglas que explicó Dan, y es así en todos los templos budistas: hombres por un lado, mujeres por otro; pero no nos imaginábamos que mi habitación iba a estar a 200 metros de la de Lu, y en el medio del bosque.
Encontramos una red de wifi, teníamos que contactar a Dan, así que necesitábamos la contraseña. Había un monje gordito, de unos 30 años, piel oscura, con una mancha roja en la cara, sentado con su celular y su vestimenta anaranjada que le dejaba un hombro descubierto, me le acerqué y usando palabras sueltas en inglés, señas y mostrándole mi celular, intenté pedirle el password, pero me ignoró. Tal vez se sintió ofendido porque lo traté de igual a igual o porque lo miré a los ojos. No sé que fue, pero desde ese momento fuimos enemigos silenciosos.
Seguía necesitando la contraseña. Mientras mataba mosquitos, probé: budha2019, budist123, Dharma12345, temple, TempleBar, etc. Cuando ya estábamos resignados apareció Mai, el monje que habla inglés. Después de conversar un poco, le pedimos el password, puso cara de esto no está bien, deberían desconectarse; le explicamos que queríamos hablar con Dan, entonces nos dio la clave y pudimos conectarnos con el mundo.
En la página de Couchsurfing teníamos como 10 mensajes de Dan, muy triste porque creía que le habíamos mentido y no habíamos ido. Después de aclarar el panorama, nos dijo que al día siguiente nos buscaría en el templo.
Yo ya tenía un compromiso para el siguiente día, pero muy temprano. Había quedado en acompañar a Mai, bautizado como Mí monje, en su caminata en búsqueda de las ofrendas .
📺 Y si prefieren ver toda la experiencia en video, acá le dejamos lo que preparamos y subimos a
SE HIZO LA NOCHE
Llegó la hora de dormir, me despedí de Lu y tuve que decidir por donde atravezaba el bosque hasta el camino que me llevaría a mi habitación. Y de todos los caminos posibles, elegí el peor. Me sentí bastante boludo, pero ya no podía retroceder. Caminé por la tierra húmeda y negra, cada pisada dejaba detrás una huella y un eco, los ruidos de las ramas pisadas permanecían en el aire oscuro y el miedo iba entrando en mi cuerpo con pequeños pasos, como de hormigas o arañas.
Por fin salí de la tierra y llegué al camino de asfalto. Iluminaba hacia el frente, disparaba el flash de la linterna hacia el camino, pero también hacia las orillas del mismo, y contra los árboles y contra cualquier cosa que pareciera moverse. Cuando encontré mi cabaña, el miedo dio lugar a la ansiedad y me desesperé por abrir la puerta. Recién una vez adentro pude relajarme.
LA SABIDURÍA DE BUDA, SEGÚN MI MONJE
La noche fue corta, antes que el sol y los gallos cantaran, sonó el despertador. Caminé hasta el templo y esperé por mí monje. Lu tenía que cumplir con la tarea asignada a las mechis, las monjas budistas: mientras los hombres consiguen comida, ellas barren el patio del templo.
Mi monje se descalzó en lo que sería la frontera del templo y comenzó a hablar, en una charla que era más un monólogo, dónde él disertaba y yo cada tanto hacía alguna pregunta.
Para él lo mejor del budismo es que trata de enseñar a siempre obrar bien, a pensar antes de actuar y pensar si lo que vamos a hacer es bueno o malo.

Me contó que buscan las donaciones descalzos para mostrar humildad, sin las ojotas se supone que están por debajo de quienes le dan. Igualmente, todos los que le entregaban algo, antes de hacerlo se descalzaban y se inclinaban ante él. Mai hacía algo que después comprendí que no era común: quienes habían hecho una donación se arrodillaban y él los bendecía con un canto en el que les deseaba larga vida y buena salud. Después vi que lo normal es que los monjes recojan la comida y sigan su camino.
Mí monje daba muestras de su particularidad a cada paso y en cada frase. Hacía 3 años había ingresado en el monasterio, antes tenía una radio y un cyber café. Así como nosotros renunciamos y viajamos, él renunció a su vida y se hizo monje. Entregó sus equipos de radio al templo y hoy lo usan para transmitir las enseñanzas de Buda y música relajante. Él solo lee el libro con las enseñanzas, porque considera que no tiene tantos conocimientos como para hablar por sí mismo sobre el budismo.
Caminábamos por la ruta, mientras esquivábamos camionetas, yo miraba plantaciones de ananá, de té y arrozales. Mai me hablaba de la importancia de la meditación, y de tener la mente en un solo lugar y enfocada en el presente, y yo esquivaba otra camioneta, lo escuchaba a él, miraba los ananases (pensaba ¿cómo es el plural de ananá? ¿Ananás, ananases, ananaes?), pensaba todo lo que tenía para contarle a Lu, buscaba arrozales con la mirada, lo escuchaba, miraba cómo la gente nos miraba, quería sacar fotos y me daba cuenta que él tenía razón, hay que tratar de enfocar la mente en una sola cosa.
Mí monje no quiere pedir comida todos los días a la misma gente, porque sabe que no tienen tanto. Por eso no va al pueblo con el resto de los monjes del templo. Tenía 7 rutas, una para cada día de la semana, pero otro monje le pidió una. Así que ahora tiene 6 y decidió que cuando no puede pedir, no come. Así puedo entrenar mi cuerpo para no necesitar comida, me contaba Mai.
Llegamos a un grupo de casas y me pidió que caminara detrás de él; aunque el budismo habla que todos somos iguales y no debe haber jerarquías, el estatus y la posición de cada uno siempre está clara, y hubiese sido extraño ver a un extranjero caminar a la par del monje.
Mai no pide, sino que espera que lo llamen, entonces sí frena y se acerca. Cuando se detiene en una casa o en un negocio aparecen otros vecinos y todos van dejando bolsitas con arroz, sopas, fideos, dulces, agua y más cosas. Mi trabajo era esperar a que mí monje me pasara la comida cuando su bowl de las donaciones estuviera lleno y ponerla en el que llevaba yo. Sin duda, en ninguna de las anteriores experiencias de Couchsurfing tuve que involucrarme tanto con mis anfitriones.
Un buen monje no acepta dinero…salvo alguna excepción. Así que cuando un chico se vio en el apuro de no tener comida y le ofreció un billete, Mai tuvo que rechazarlo. Y aprovechó para explicarme que él no maneja dinero, así que cuando quiere viajar, lo hace caminando. Ha viajado cientos de kilómetros a pie, y lo cuenta con orgullo, y una sonrisa, como todo.
El que sí maneja dinero es el monasterio. Y como en cualquier empresa, su director, el master, es el que decide en qué invertir. Al contrario que los grandes templos, que usan el dinero para hacer cúpulas y pagodas cada vez más grandes y brillosas, en el templo de Mai la usan para pagarle pasajes en avión a los monjes para ir a la India, donde hacen grandes caminatas para conocer los lugares sagrados del budismo.
LAS RUTINAS DEL TEMPLO
En el camino de regreso hacia el templo soñaba con poder dormir. Pero las rutinas del templo son tan sagradas como los discursos de Buda. Llegamos, dejamos parte de las donaciones sobre un tablón, junto a las que habían traído los monjes que visitaron la ciudad, ellos ya habían desayunado y ahora era nuestro turno.
En esto mí monje también es particular, no come junto al resto de monjes, ni duerme en habitaciones como los demás. Tiene una carpa en el medio del bosque, atada a unos árboles y suspendida en el aire para evitar a los insectos; allí come y medita durante todo el día. Y creo que duerme.
Después de desayunar arroz, algún plato con verduras, pollo y huevos, más alguna cosa dulce y extraña como un mini budín relleno con jalea de durian, sí pudimos ir a dormir un poco más.
Según la rutina, el tiempo libre va desde las 8 hasta las 10, hora a la que arranca el almuerzo.
CONOCIENDO AL MASTER
Confundido, como si tuviera jetlag o resaca, me desperté en mi habitación en la selva, miré la decoración: una bandera a rallas multicolores, un póster de Buda, un calendario que atrasaba 2 años con la cara del rey viejo, un escritorio con muchos inciensos, velas, lapiceras y una linterna y una esterilla que cubría parcialmente la ventana; del otro lado del vidrio el sol iluminaba todo, como si tuviera miedo que alguien pudiera quedarse dormido.
Caminé por el camino embarrado con la ilusión de saber que en el otro extremo me esperaba el almuerzo de las 10am.
En Tailandia, al igual que en la mayor parte del Sudeste Asiático, no hay mucha diferencia entre lo que se come en el desayuno y en el almuerzo. Y el templo no es una excepción a la regla.
Mientras comíamos llegó un jeep con una bandera comunista en su antena y una calcomanía de Laos en su parabrisas. Se bajó un hombre con una vestimenta típica: un traje grueso azul, con muchos botones y adornos, un par de collares de plata, muchas pulseras y anillos, un trapo atado a la cabeza (similar a los turbantes) y con un sonrisa grande. Ese hombre que hablaba con todos era Dan, el secretario, como nos había dicho que lo llamaban en el templo.
Después de saludarnos nos dijo que termináramos de comer, conoceríamos al Master. Conocer al director de un templo es muy importante para los budistas, es el líder espiritual y la persona con más conocimientos sobre las enseñanzas. Así que debíamos sentirnos honrados.

Lu ya había conocido a un master en otro templo, esa vez fue todo un acontecimiento: se supone que ese master ya está iluminado y esta es su última vida, hay que llevarle una flor y no se lo puede mirar a los ojos. Cuando Lu le hizo LA pregunta que se le puede hacer, respondió de forma misteriosa y le sugirió que meditara con un mantra.
Este otro master, era más cercano, menos iluminado tal vez y más sonriente. También nos dejó hacerle una pregunta, me contuve de preguntar si era el dueño de los mini markets, como hizo Homero en aquel episodio que ya es legendario. Le pregunté por qué había decidido hacerse monje. Dan se sorprendió con mi pregunta, y me preguntó si estaba seguro de que esa era la consulta para el master, quien al escuchar la traducción de Dan se sonrió. Habló un par de minutos sin mirarnos, se comunicaba a través de Dan y las miradas iban solo hacia él. Dan escuchó atento y dijo que después me explicaría. Finalmente el monje nos dedicó una mirada humilde y una sonrisa cómplice.
SEGUNDA CAMINATA CON MÍ MONJE
La clave es la meditación, eso es lo que repetía mí monje después de cada lección que me daba. Como si Buda más que una religión o una filosofía, hubiera sido un gran gurú de la meditación. Allí está la clave y los beneficios de todo el budismo. Y por eso mi monje se aisla de los demás, cree que es la única forma de tener tiempo para poder meditar sin distracciones.
Mai me contaba que es la única vía de alcanzar la tranquilidad necesaria para disminuir el sufrimiento. Eso, disminuir el sufrimiento es lo que lleva a todos a convertirse en monje y fue la respuesta del master a mi pregunta. Él había llegado siendo pobre y con mucha tristeza y sufrimiento, como todos, dijo el master según Dan.
Y ahí me enteré que en el rezo de la noche anterior el master había hablado de mi pregunta, y entonces entendí porqué todos se habían dado vuelta a mirarme. Era el “farang” (extranjero) que cuestionaba las razones del master y le sacaba una sonrisa.
Hay una clave más, explicó mí monje: el middle way. Los budistas deben buscar el camino del medio, ni muy felices, ni muy triste. Middle way, repetía Mai, y me hacía sentir un boludo porque le decía que el paisaje que nos rodeaba era muy lindo, y él me decía que el problema es que siempre buscamos lo lindo, ¿entonces qué pasa cuando no lo encontramos?
PRIMEROS Y ÚLTIMOS DÍAS
Nuestro último día en el templo coincidió con el primero de un nuevo monje. Mientras se terminaba una de las mejores experiencias de Couchsurfing que hemos tenido, veía a este monje jovencito errar en sus caminos y acciones, llegar tarde para el rezo de la mañana, ponerse mal la ropa, mirar para todos lados sin saber qué cantar ni cómo sentarse, y recordaba algunos primeros días que tuve: colegio, universidad, trabajos. Y pensaba que ser monje es como todo trabajo, el primer día es puro nervio, sentís que cualquier cosa puede ser un error, querés parecer que sabés y termina siendo peor, mirás a tus compañeros intentando saber con cuál te podrías llevar bien, y en un momento todo se empieza a acomodar.

Ser viajero también tiene un poco de eso. Cada nueva ciudad o país genera ese nervio de la cosa nueva, pero de a poco nos amoldamos al paisaje y nos relajamos para disfrutar, hasta el siguiente movimiento. Y como esos movimientos son constantes, es importante intentar lo que predica Mai: intentar estar en un solo lugar y momento. Es importante, y también difícil.
8 comentarios
En nuestro próximo viaje a Tailandia nos gustaría poder quedarnos en un templo puedes informarnos como hacerlo por favor gracias nos encanto tu narración
Hola Juan, además de esta experiencia que conseguimos por Couchsurfing, te puedo recomendar que leas la experiencia de Lu. Ella hizo un retiro de 10 días en un templo. Te dejo el link: https://altoviaje.blog/10-dias-en-un-templo-budista/
Saludos
Maravillosa narración de extraordinario viaje, convivencia con monjes y experiencias que pocas veces se pueden experimentar.
Inicie a leerlo y no pude parar hasta terminar,, me encantó.
Muchas gracias por compartir.
Hola Keta!!Me alegra mucho que te haya gustado tanto! Muchas gracias!! Saludos.
La narración refleja de forma precisa todo lo que hemos vivido en el Templo. Si pudiera también reflejar nuestras caras de sorpresa y felicidad en cada experiencia sería más completo. Gracias por expresarnos tu agrado. Abrazo.
Hermosa,nota..!!!
Bello todo. Como sugerencia, seria bueno, sacar esos adjetivos, que tiñen negativamente los comentarios.
El resto fantástico.
Es mi cuarto viaje a Tailandia y aún, no me he quedado en los templos..ya, lo lograré.
Un abrazo
Hola Juana! Muchas gracias por comentar. No sé a cuáles adjetivos te referís, pero tené en cuenta que es una crónica personal, y a veces los adjetivos son necesarios para mostrar un punto de vista.
Si necesitas más información para poder ir al templo, con gusto te ayudamos. Saludos
Muchas gracias Juana!!! A veces intentamos expresar las experiencias tal cual las sentimos. Me alegra que te haya gustado la nota. Abrazo.