Ser campeón en el exterior

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27/12/01

Un viaje de regreso es mucho más triste que uno de ida. Y ahí estábamos, volviendo de nuestro viaje de egresados desde Brasil y a mí me importaba una sola cosa, si Racing había salido campeón o no. El país se caía a pedazos, en Camboriú leíamos las tapas de los diarios argentinos y todo parecía un chiste. El partido de Racing se suspendió porque la policía estaba ocupada en cosas un poco más importante que el fútbol y no había seguridad para jugar, así que la última fecha se jugaba justo el día de nuestro viaje. Me enteré el resultado en la frontera, supongo que algún empleado de Migraciones al que no le interesaba nada dio la noticia y el rumor corrió hasta que me llegó. Festejé tímido, busqué al único compañero de colores que había en el bondi y con el cual éramos casi desconocidos, nos dimos un abrazo, gritamos o cantamos un poco y eso fue todo. Tendría que esperar hasta llegar a Saenz Peña para bajarme del bus y poder darle un abrazo a esos seres queridos con los que compartimos penas y alegrías (muchas más de las primeras que de las segundas), mi viejo y mi hermano.

En las películas cuando alguien dice que el mundo se divide en 2 clases de personas seguro que va a proponer dos categorías delirantes o ridículas por su simplificación; yo propongo la posibilidad de dividir a las personas entre los que creen que existen las casualidades y los que no. Para mí es más fácil creer que existen, me cuesta imaginar que el Universo o algún ser superior pierda tiempo en algunas banalidades. Y toda esta introducción solo para decir que justo este fin de semana encontré un libro que hace muchos años quería leer, “Fiebre en las gradas”, esa obra de arte autobiográfica de Nick Hornby en la que va desmenuzando temas como la infancia, el fanatismo en general y en particular por un equipo que no siempre da alegrías, el fútbol y la maduración de los hombres.

29/06/08

Este no fue un título, pero era algo tanto o más importante. En las casualidades que se acumulan, en el 2001 el viaje tenía que ver con el final del secundario, esta vez el viaje tenía que ver con haber terminado la universidad. Fue un mes por Europa y los últimos días fueron de sufrimiento. ¿Cómo disfrutás de un museo, un monumento, ruinas, o lo que sea si tu equipo se puede ir a la B? ¿Cómo le prestás atención a un guía o te relajás en un parque si sabés que si perdés la categoría vas a ser el centro de las cargadas y te vas a sentir humillado hasta poder volver a subir? En el hostel se podían usar las PCs durante media hora como máximo, pero me chupó un huevo y mientras todos miraban la Euro que consagraría a España en un televisor, yo me clavé dos horas frente un monitor para ver con una calidad pésima un partido en el que no dejé de meter cuerrnitos con los dedos ni de agarrarme un huevo en ningún momento, y repetí todas las cábalas posibles de principio a fin. Cada tanto me daba vuelta un segundo y veía gente mirándome con cara de pocos amigos, sin entender por qué estaba tan pendiente de un partido en el que no jugaba nadie que ellos conocieran y sin entender por qué seguía atado a la computadora que debería haber liberado hacía rato. Yo solo les respondía con una mirada de rabia y miedo y volvía a concentrarme en lo importante. Suspiré con el pitido final y me fui caminando por las calles de Niza hasta encontrar un teléfono para llamar a mi viejo, necesitaba comprobar que no le había dado un ataque.

Con la camiseta de Racing paseando por Europa, 2008. Racing Campeón.
Paseando por Europa después de haber sufrido la promoción

Hornby en los primeros capítulos habla de cuando descubrió su fanatismo. Y usa la técnica de separar a las personas en 2 categorías: los hinchas que van a ver media docena de partidos por año y los fanáticos que no se pierden nunca un encuentro, aún cuando saben que su equipo juega horrible, que es aburrido, y hasta cuando saben que no tienen chances de ganar nada. Por una cuestión geográfica no fui nunca de los que iba a la cancha todas las fechas, pero cada fin de semana me sentaba al lado de mi papá para mirar a Racing, pasara lo que pasara allí estábamos los dos en el comedor de la casa del Chaco. Hasta que me fui a vivir a Córdoba y mientras conviví con mi hermano el ritual era más o menos el mismo, finalmente el ritual se transformó en un hecho solitario.

15/12/14

Por fin todos juntos. De los 4 momentos deportivos fundamentales que vivió Racing desde que tengo memoria, este fue el único que viví como un hincha normal. Hacía algunos años que la familia entera ya estaba asentada en Córdoba, así que habíamos retomado los rituales domingueros y trataba de ver la mayor cantidad de partidos posible con mi papá. Decidimos hacer algo especial para ese último partido. Así que fuimos al bar donde se juntaba la peña de hinchas cordobeses y nos dispusimos a sufrir en manada. Sentados en el bar vivimos, sufrimos y festejamos junto a mi viejo y mi hermano el título que llegaba después de 13 años y nos fuimos a celebrar al Patio Olmos con el resto de los hinchas.

Con el pasar de los años empecé a encontrar algunas cuestiones del fútbol que me asqueaban un poco y otras que me aburrían. Entonces de a poco fui pasando de una de las categorías propuestas por Hornby a la otra, me fui transformando en uno de los hinchas que ve algunos partidos sí y otros no. Estaba orgulloso de eso; no ser un fanático te libera, te hace sufrir menos, te permite hacer otras cosas sin sentir la culpa de no estar mirando un partido que sabés que no vas a disfrutar. También podría decirse que pasaba a ser un hincha mediocre, dejaba de ser un tipo dedicado al negocio del fútbol para ser solo un simpatizante. Prefería vivir con la idea de haber incorporado algo más en la mochila de cosas en la que soy mediocre, que con la idea de tener una mochila cargada de momentos de frustración por culpa de unos tipos que miro por la televisión y los insulto sin que puedan escucharme.

01/04/19

Otra vez afuera. Y la fecha es correcta, esta vez estoy en Nueva Zelanda, acá tenemos 16 horas más, el partido arrancaba a las 10am, a las 8 me desperté y aunque ahora, como dije, me considero mucho menos fanático que antes, ya no me pude dormir y la ansiedad la sentía recorrer todo el cuerpo. Como profetizando que iba a suceder algo extraordinario, en la calle había una manifestación, un grupo de empleados reclamando mejoras laborales. ¿Cuantas veces al año sucederá algo así en Hastings? Dudo que sea algo habitual. Y empezó el partido. Esta vez no hubo cuernitos, pero estuvo el mismo sufrimiento de siempre. Ese nudo en la panza, ese miedo de catástrofe inminente con el que nos criamos los que elegimos estos colores, esos minutos de zozobra innecesaria que necesariamente vivimos siempre. Enganché el partido en una página trucha, el primer tiempo lo vi bien y lo escuché en un idioma que ni siquiera logré identificar, y el segundo lo vi con una transmisión argenta, pero con una calidad tan mala que no tenía nada que envidiarle a las conexiones de dialup que usábamos en el 95. Lu me dejó solo, para no ponerse nerviosa con mis gestos, mis puteadas, mis caras de dolor. El grito de gol llegó sin sorpresa, otra página que tenía el audio más adelantado me anticipó el festejo. El empate vino a reafirmar esa máxima que reza: “Si no sufrimos, no vale”. Y después vino el desahogo y la alegría, esa alegría solitaria, pensando en los otros. Esos otros que siempre parecen merecerlo más, Licha, Chacho y Zaracho; y por supuesto mi viejo y mi hermano, los que pudieron seguir con el ritual de juntarse en un sillón a sufrir juntos.

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