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En Río de Janeiro podríamos habernos quedado un mes y así y todo hubiéramos sentido que era poco tiempo para conocer todo lo que tiene para ofrecer. En los pocos días que estuvimos alcanzamos a ver algunas de sus playas más famosas, el museo del mañana, un poco de su noche y como si no hubiéramos tenido suficientes alegrías en este viaje, pudimos ir a ver un ensayo de carnaval en el sambódromo.
Llegar a Río de Janeiro no fue fácil, o mejor dicho, no fue rápido. Desde Porto Seguro teníamos un viaje que se suponía duraba 23 horas y duró 27. En avión podríamos haber llegado a Japón, pero estábamos en una de las ciudades más turísticas de América, y semejante viaje valdría la pena. Nos alojamos en la casa de una amiga de Lu, que vive en una de las islas de Barra de Tijuca, así que tuvimos que viajar 40 minutos más en bus, después cruzar a la isla en una lancha y ahí caminar hasta encontrar la casa dentro del laberinto que es la isla. La vista que teníamos ya era algo para alegrarse: morros, palmeras, laguna y mucho verde. Además, estábamos a 10 minutos caminando de una playa, claro que después de cruzar en lancha hacia el exterior de la isla.
Las playas de Río de Janeiro
La playa de Barra es tranquila y bastante visitada, pero sin la locura de gente de Copacabana o Ipanema. Tiene buenas olas, pero sin ser demasiado grandes. En definitiva, lo que necesitábamos para descansar cuando queríamos relajarnos. Cuando llegamos pensamos que no íbamos a ir mucho a la playa porque ya veníamos de hacer casi 40 días de mar y pensábamos darle más tiempo a otras cosas, pero el cansancio acumulado durante más de 6 meses de viaje y las distancias que teníamos que hacer a diario, hacían que quisiéramos descansar durante parte del día y para eso era ideal la playa de Barra.
Por supuesto que también fuimos a conocer las dos playas más populares de Río de Janeiro. Copacabana e Ipanema están pegadas, por conveniencia y logística del subte, fuimos primero a Ipanema. Después de revolcarnos varias veces por la fuerza de las olas, decidimos que era mejor solo dedicarse a tomar sol o pasear por el barrio para conocer algo más que las playas. Después caminamos hasta Copacabana, y seguimos caminando y seguimos y seguimos. Caminamos por toda la costa de la playa, viendo los artesanos y todos los negocios que viven del enorme flujo de turismo internacional que visita durante todo el año Río de Janeiro. Nos sorprendió la cantidad de peruanos vendiendo ropa en la calle y un artesano de Colombia que no quería que miráramos su producto por miedo a que le quisiéramos robar el estilo: nosotros que apenas nos sale hacer una trenza!! Al anochecer, con la marea baja y los pies cansados, la playa de Copa parecía interminable. En esa zona está la tradicional vereda de olas blancas y negras, y a lo largo de toda la costa hay bares, y cada uno tiene un músico del que disfrutan los comensales, pero también cualquiera que anda caminando por ahí.
Río cultural
Sin saber demasiado de Río de Janeiro, uno puede pensar que lo más interesante está en la playa o en el carnaval, pero la ciudad tiene muchísima oferta cultural. Hay que saber ubicarse en el mapa para programar visitar todo lo que está cerca en el mismo día. Por suerte unos meses antes de viajar encontré una nota de la que pudimos sacar varias ideas. Lo primero que visitamos fue el Centro Cultural Banco do Brasil, que se supone que siempre tiene varias exposiciones para conocer, pero en esa época lo único que tenía era una colección de monedas y billetes, que estaba muy buena y con rarezas muy interesantes. Y el edifico en sí, ya es un atractivo que valía la pena visitar, y además es gratuito.
De ahí salimos y fuimos a conocer el Monasterio de Sao Bento, un lugar increíblemente adornado con un estilo bien rococo, muy cargado. Todos los domingos a las diez de la mañana hay misa con cantos gregorianos y también a la tarde, si mal no recuerdo a las 6, pero nosotros no pudimos ir en esos horarios.
Otras de las visitas culturales que hicimos en Río de Janeiro, fue la catedral metropolitana. A pesar de haber visto muchísimas a lo largo de todo el viaje, esta fue algo muy diferente. No parece una iglesia, es un edificio moderno, de la década del 70, con una estructura cónica y capacidad de albergar a miles de personas, no creo que tantas como dice el cartel de afuera, que debe tener que ver con la tendencia brasilera a exagerar la capacidad de sus estadios. Además de su forma, llaman la atención sus vitrales, que no tienen un diseño clásico con imágenes religiosas, si no algo más abstracto, o así los vimos nosotros.
Cerca de la catedral está la Escadaría Selarón. Una escalera de 250 escalones que un artista chileno decidió cubrir con miles de azulejos. Empezó poniendo los colores de Brasil y cuando su proyecto se hizo famoso comenzaron a llegarle encomiendas de todo el mundo y hoy tiene azulejos de más de 60 países. Tiene escudos de clubes, de ciudades, con humor, artísticos, de músicos y algunos contando parte de la historia musical de Brasil.
Sin duda la actividad cultural que más nos impactó fue la visita al Museu do Amanha. Las entradas se pueden sacar por internet, incluso para los días martes que es gratuito. El museo está dividido en diferentes partes, en las que se muestra un poco el cosmos, la Tierra y cómo el hombre ha influido sobre la vida en el planeta. Vimos los datos y las imágenes que muestran las pantallas, en las que podemos entender cómo el hombre ha modificado la naturaleza en los últimos 50 años, multiplicando el consumo de agua, de combustible, la producción de residuos, la contaminación, etc., y vemos cómo va a ser el mundo del mañana si no empezamos a detener el cambio destructivo que estamos llevando adelante.
Lo bueno del museo es que es interactivo, con juegos y pantallas con preguntas y respuestas. Por ejemplo, en una pantalla podemos elegir un ecosistema y nos muestra cuales animales viven allí y con que otros animales interactua, y qué pasaría si ese animal se extinguiera. Hay un juego de toma de decsiones en el que participan 4 personas, y de acuerdo a las decisiones de cada uno, es el futuro que le espera a la Tierra. Uno sale con una sensación de angustia importante, no es un museo al que se va para disfrutar de un cuadro, es un museo al que se va a tomar conciencia de la necesidad de ser un mejor ser humano. Las almas sensibles seguramente tendrán que esforzarse para no lagrimear un poco con los fríos números que no dejan dudas del daño que la humanidad de hoy en día le está haciendo a la presente y a la futura.
Por Barra de Tijuca paseamos un poco, conocimos la isla principal, que era donde estábamos parando, y otra de las islas. Caminamos por sus pasillos y callecitas, alucinados por la variedad de flora que encontrábamos. La laguna donde están las islas se forma con agua de mar, y durante el día se mueve con el ritmo de la marea. También hay una fauna muy variada, donde se pueden ver diferentes especies de aves y pequeños caimanes que habitan el lago. También hay monitos que caminan por el cablerío de la isla. Entre las islas también es posible moverse en lancha y se ven bastantes turistas alojándose en las posadas y hosteles que hay, sobretodo turistas argentinos. Por lo que nos contaban, aunque para nosotros había mucho público internacional, quienes viven del turismo han sentido la crisis brasilera y se dan cuenta que están teniendo mucho menos gente que otros años.
Alegría nao tem fim
Donde no se vio ninguna crisis fue en el ensayo de carnaval que tuvimos el enorme placer de disfrutar en el sambódromo. Y eso sí que lo disfrutamos, seguramente está entre los 5 mejores momentos que tuvimos durante los 195 días que duró el viaje.
Los fines de semana previos al carnaval las escolas practican en el sambódromo. Como si fuera un campeonato de fútbol, en el desfile hay dos categorías, los de Primera y los del Ascenso. El domingo que fuimos nosotros actuaba una escola del ascenso y 2 de primera. Por supuesto que primero pasó la del ascenso dejando lo mejor para el final. Cuando la vimos, pensamos que si esa era la peor que íbamos a ver, no podíamos imaginar lo que iban a ser las otras dos. Para que se den una idea de la magnitud, una comparsa de segunda tiene entre 400 y 600 participantes y entre 2 y 4 carros alegóricos y una de primera tiene al rededor de 4000 y entre 4 y 6 carros. Si bien no llevaban los carros ni todas las plumas, lo que nos tenía muy felices era el ambiente que se vivía. En eso también se relaciona al fútbol, parece un partido con dos hinchadas.
Nosotros estábamos en la tribuna de Acadêmicos Do Grande Río y en frente estaban los torcedores de Beija Flor. Cada tribuna estaba repleta de banderas, gorros, vinchas y todo lo que tiene que tener un buen hincha.
Llegamos temprano, todavía faltaba como una hora para que arrancara, y no tardamos en hacernos amigos de la galera gay que estaba en la tribuna. La mayoría de ellos torcían por Beija flor, a pesar de estar en la tribuna rival. Nos pusimos a charlar con un chico que había vivido en la Argentina, así que algo de español hablaba. Nos dijo a quién le podíamos comprar cerveza y nos prestó la conservadora para que la guardáramos. También nos defendieron cuando una vieja gorda nos peleaba por el lugar, y además a la salida nos acompañaron hasta la parada del bus, demostrando una vez más que durante todo el viaje nos encontramos con mucha gente excelente.
Esa noche fue la frutilla del postre. El nivel de felicidad que alcanzamos esa noche era muy difícil de igualar. Viendo fotos de lo que es una noche de carnaval, se nos hace imposible imaginar la sensación que debe ser estar ahí. El colorido, la alegría, la multitud, la onda de los bailarines y del público, la belleza de las mujeres, la sensación hipnótica que tiene la música de la batucada repitiendo una y mil veces la canción de la escola; todo eso lo vivimos, pero debe ser solo un 5% de lo que se debe sentir en una noche a pleno, con todos los trajes y las carrozas gigantes que llevan las grandes competidoras.
Nos despedimos de Río de Janeiro yendo a un mirador llamado Vista Chinesa, desde el cual se pueden ver los principales morros, el Cristo, las playas y lagunas que completan parte de la ciudad.
Los últimos kilómetros de nuestro viaje
No había nada más para hacer, los pasajes estaban comprados, el tiempo para volver corría y ya habíamos disfrutado lo mejor de Río, un ensayo de carnaval entre una multitud de cariocas. Después de eso nos esperaban miles de kilómetros para llegar a casa. Hicimos 2 paradas técnicas muy lindas. Primero nos quedamos en Santos varios días visitando primos y tíos que no veía hacía muchos años. Justo pudimos estar para el cumpleaños de 18 de una sobrina que no conocía, paseamos un poco por una ciudad moderna y con uno de los puertos más grandes de América del Sur. La segunda parada ya fue en Argentina, y casi en mi ciudad natal, fuimos a Quitilipi, en el Chaco para poder ver a los amigos que no veía hacía más de un año. Solo descansamos y comimos asado, tomamos unos fernet después de varios meses y charlamos de la vida. Creo que familia, amigos, asado y fernet para terminar el viaje no está nada mal.
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