Luego de terminar la excursión por las ruinas Quilmes, los primos de Lu volvieron para Bella Vista y nosotros nos fuimos a la terminal de Amaicha a esperar el colectivo que nos llevaría a Cafayate. En toda esa región hay monopolios de colectivos para cada tramo, así que no hay mucho para elegir.
Llegamos a la ciudad salteña cuando ya estaba anocheciendo, la hora no era un tema menor, ya que viajábamos sin un hotel reservado en temporada alta y andábamos con nuestras mochilas a cuesta. Los primeros hoteles en donde consultamos nos parecieron demasiado caros, o por lo menos se pasaban de nuestro presupuesto. Hasta que encontramos un pequeño hostal, que a simple vista parecía una casa de familia, cansados de preguntar en tantos lugares casi pasamos de largo, pero por suerte frenamos y el precio y las comodidades nos convencieron de quedarnos.
Respetando las tradiciones, nos bañamos, nos cambiamos y fuimos a una peña a tomar vino, comer empanadas salteñas y escuchar folclore. La noche cafayateña está repleta de este tipo de peñas. Al rededor de la plaza se encuentran varios restaurantes en los que se puede apreciar artistas locales y alejándose un poco del centro también es posible encontrar bodegones más humildes. Los músicos reparten sobres para que al final del espectáculo cada uno deje lo que le parece que corresponde. Los mismos cantores que estuvieron en nuestro bar, más tarde estaban acompañando a otro guitarrero en uno de los restaurantes frente a la plaza. Aunque estábamos disfrutando de la noche, nos fuimos a dormir porque el día había sido largo y al día siguiente teníamos ganas de hacer varias cosas.
Nos despertamos y salimos a buscar algún barcito para desayunar. Caminando por el centro nos ofrecieron alquilar una bici en tandem, primero nos gustó la idea pero seguimos de largo. Después de hacer un par de cuadras nos autoconvencimos y volvimos a alquilarla. Con este medio de transporte fuimos a hacer el camino de las bodegas y entramos a la bodega Vasija Secreta. Además de disfrutar del hermoso paisaje que rodea el viñedo, degustamos varias copitas de exquisitos vinos.

Robando uvas en el viñedo
Aunque no estábamos en condiciones de pasar un control de alcoholemia, volvimos andando en la bici hasta el lugar donde la habíamos alquilado. De ahí fuimos a reservar la excursión para hacer a la tarde. Habíamos elegido ir a conocer la Quebrada de las Conchas.
Se sale desde la plaza de Cafayate en combis. Se va por la ruta 68 y se va haciendo paradas para observar geoformas, que son rocas (que según los guías turísticos) tienen forma de un sapo, un fraile y un castillo entre otros objetos. Después se llega hasta un anfiteatro natural que tiene una belleza tan única como es su acústica.
Otra de las vistas inolvidables del recorrido, es un paredón multicolor de esos perfectos para hacer una postal y para que se babee un geólogo.

Paisaje de la Quebrada de la Concha
Al día siguiente hicimos otra excursión. Las 7 cascadas. Esta fue bastante más cansadora y aventurera. Fue un largísimo trekking, con el que se va atravesando diferente cascadas hasta llegar a la última, que cae en una laguna escondida y casi helada.

La séptima cascada
Debemos admitir que nosotros cometimos el error de ir al trekking sin habernos informado demasiado. Pensamos que era una simple caminata para disfrutar del paisaje, por lo que yo no contaba con un calzado adecuado para los largos kilómetros que hicimos y no teníamos toallón para secarnos. Así que no nos animábamos a meternos al agua. Poníamos los pies en remojo y salíamos corriendo, espantados por la temperatura. Pero ver cómo todos se tiraban como si fuera un tobogán por la piedra que se ve a la izquierda de la foto, hizo que me tentara. Tomé coraje y me metí. Nadé rápido hasta la piedra y me tiré. Después nadé rápido para salir y con eso ya estaba la misión cumplida. Después nos metimos los dos para poder sacarnos una foto y con eso terminamos de justificar la caminata.
Se recomienda hacer la caminata con algún calzado que pueda mojarse, o de secado rápido, ya que constantemente vas pasando por vados o por el lecho del río, lo cual hace que te mojes reiteradas veces las patas. Otra buena recomendación es llevar agua, algo para comer, protector solar, traje de baño y toalla para poder meterse a la laguna (si te animas).
Para nuestra sorpresa (o no) para ir a salta, seguía el monopolio de transporte. Los horarios no eran tan seguidos uno del otro, por lo que el siguiente colectivo salia mucho mas tarde de lo que necesitábamos. Terminamos yendo en un remis compartido hasta la capital salteña. Una vez ahí, fuimos hasta el hostel,desempacamos y nos quedamos esa noche a descansar.
Al día siguiente salimos a conocer Salta. Subimos en teleférico al cerro San Bernardo. Desde ahí se puede ver toda la ciudad. Además, hay paseos de artesanías y un bar. Por la ubicación y la vista que ofrece, es un lugar que seguramente fuera de temporada alta permite disfrutar la naturaleza con mas calma. Tiene construidas diferentes cascadas cuyos sonidos te llenan de paz.
Al cerro también se puede acceder con auto o caminando por una calle que lo rodea. Nosotros descendimos caminando,aunque el cerro tiene solo 260 metros de alto, hacer el camino en espiral, hace que parezca una gran distancia, más con el calor y la humedad del verano . Al final del camino nos encontramos con el monumento a Güemes, máximo héroe de Salta.
Descansamos un poco sentados bajo el monumento, y desde ahí caminamos hasta el centro. Como cita obligada, fuimos a conocer el cabildo y la catedral, que obviamente están frente a la plaza principal.
Otro de los atractivos de Salta, pero que nosotros no fuimos, es el Museo de arqueología de Alta Montaña, donde se pueden ver 3 momias encontradas a casi 7000 metros de altura, uno de los hallazgos arqueológicos más importantes de la Argentina.